martes, 21 de octubre de 2008

otros mundos, aún son posibles...




Y no lo digo por decir. El fin de semana estuve en Tielve, uno de los pueblos de los Picos de Europa. Casas de piedra, flores en las ventanas, gentes amables, pero totalmente integrados en esta modernidad en la que estamos todos insertados.


Dormimos allí. Por la noche sólo oías el murmullo del río Duje. Desde la velusse, la luna ya menguante iluminaba los riscos de caliza y las sombras de las fayas y los robles despidiéndose ya de sus hojas te anunciaban la melancolía del otoño.


Nuestro amigo nos tenía prometida una excursión a las majadas dónde viven los pastores.


El camino: muy pendiente, pero las vistas espectaculares; el pueblo se va quedando abajo, muy abajo, los bosques se iluminaban con el sol de la mañana, se volvían color caldera.


Poco a poco nos acercamos a Valfríu, no hace honor a su nombre pues hace sol y calor. Nos reciben 4 ovejas, un rebaño de cabras, a cual más guapa, y un montón de vacas "parda alpina".


Las cabañas, que ellos llaman casas, se desmoronan por falta de ocupantes; no se pueden vender, sólo se pueden heredar de padres a hijos y sólo si tienes ganado allá arriba las puedes arreglar.


Pero en una de las casas hay vida, los primos de mi amigo suben en primavera y no bajan hasta que comienzan las primeras nieves. Cuando llegamos están desayunando, nos preparan un café y compartimos las riquísimas rosquillas, sentados en aquella cocina escuchando sus historias sobre "el Picu", sobre los montañeros y " pisapraos", sobre los osados o ignorantes que desafían a la montaña y acaban perdidos entre las moles de caliza...ellos, con sus "escarpines" y sus "corizas" suben y bajan de majadas perdidas con las ovejas, las vacas, las cabras. Trabajan de sol a sol, "catando" a los animales y haciendo el " quesu de Cabrales"; llevándolo a las cuevas, todavía más arriba. Estuve muy poco con ellos pero me quedó la sensación de que hacen algo que les gusta, algo de lo que viven, un trabajo que pasa de padres a hijos; y pese a las duras condiciones no se les ve tensos, amargados o con estress.


Al despedirme, les dije que volvería...y es un deseo de corazón. Sigo creyendo en la frase de R. Trecet:"... buscad la belleza, es lo único que merece la pena en este cochino mundo", y allá arriba entre praderías, bosques y crestas de caliza no anda muy escondida.

2 comentarios:

La oveja magenta dijo...

¡Como te echaba de meeenos"
Muak, muak, muak.
Claro que algún día hablaremos de Buenos Aires y trascenderemos esto de golpetear contra el teclado.
La naturaleza cada vez me atrae más, siempre lo hizo, pero se nota el imán con más poder.
Cuando tenía... no sé... 13 ó 14 años, pasé 10 días en pleno corazoncito de los Picos de Europa. Eso sí, se marrana total: me duché un sólo día con esa agua gélida del río de montaña y confirmé que llega un punto de guarrería en el que el cuerpo casi se limpia solo.
Cómo disfruté de los silencios y de los sonidos. De los paisajes, de las caminatas, de los trisques.
Hay un lugar que no está allí, Ordesa, que me encanta en cualquier época del año, pero sobre todo, en el invierno curdo del pirineo, cuando sólo se oyen caer copos de nieve como manzanas en la noche, en un silencio extraño, estático, que aturde y mece. Y el valle de Nuria, y el valle de Roncal...
Qué gozada. Algún día, también hablaremos de ello y de que sí, otros mundos, aún son posibles...

Besote gordo

MaríaT dijo...

Suena precioso má... Prometo contar cosas con calma a la vuelta del viaje que ahora mismo estoy de desintoxicaxión informática, ¿ok? Besoooos