Estamos en la Castilla profunda, El Burgo Ranero vive de espalda a la autovía. Dos hostales, el albergue de peregrinos, una tienda y casas y más casas cerradas a cal y canto. Tras los tapiales la vida ha quedado detenida, un mastín y un galgo se hacen compañía y se esconden del sol inclemente. Parece mentira que de aquel pueblo traiga uno de los recuerdos más hermosos, una puesta de sol en la inmensidad de sus campos. Es verdad que la belleza existe, sólo hay que saber buscarla; cuando la encuentras te das cuenta que" es lo que de verdad merece la pena en este cochino mundo".
jueves, 8 de noviembre de 2007
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