Barcelona, ciudad que me gusta por
sentimentalismo. Siendo muy joven la conocí con mis padres, eran
otros tiempos en los que no se viajaba como hoy. Para alguien que
vivía en una villa de 2.000 habitantes una ciudad como ésa era un
mundo inmenso: arte, paisaje, calles, casas, todo era impresionante.
¡No presumí poco de haber conocido Barcelona!.
La segunda vez que la visité fue muy
especial pues fuí sola. Llegué por la mañana en tren y callejeé
hasta el agotamiento,¡ Quería verlo todo! Y después de tres
museos, Catedral, Santa Mª del Mar, Mercado de la Boquería, etc.me
volví al tren.
Y volví en julio. Y como tenía unos
deberes puestos por mi hija hace tiempo, aprovecho para retomarlos.
Me gustan las ciudades con sabores y
ésta los tiene y muy marcados.
Sabe a Arte y no precisamente uno muy
común y si no intentad descifrar las columnas de la Sagrada Familia,
la distribución de fuerzas, los símbolos...o poneros a contar los trocitos de cerámicas de colores que dan forma al parque Güell...
Y si te adentras por el Gótico
saborearás la tranquilidad de sus estrechas calles, de plazas
escondidas y del olor del café que sale de los bares que te brindan
un momento de descanso.
Contrastes y amalgama de gentes y
situaciones. En la maravillosa Santa María del Mar hay boda, se
ven vestidos de fiesta, coches de película y alrededor, curioseando
el acontecimiento, paseantes, extranjeros y entre ellos un señor
con su bolsa de la compra que pasa cabizbajo sin dejarse impresionar
ni por la boda ni por los turistas..
Y cuando te acercas al mar entre las palmeras del paseo Colón, atravesando las calles de la Barceloneta, la vida te sale al encuentro, la vida del barrio de verdad. El sabor de lo popular, de barrio que trabaja, que vive a su aire y al aire tiende sus ropas. Costumbre que los pueblos del Norte van perdiendo y que se conserva en las orillas del Mediterráneo.
Flores y más
flores en las ventanas, árboles del otro lado del charco, como el
palo borracho. Muchos árboles desconocidos y el mar, ese azul e
intenso mar.
Y cuando se trata de sabores, que mejor
que una fideua de mariscos en uno de los restaurantes que dan a la
playa, viendo pasar el barco vikingo, los yates y los veleros. Y,
estando en compañía de esas personas que quieres, el recuerdo de la
ciudad quedará cosido a esos momentos entrañables en los que se
comparten risas, sudores, cafés y paseo
2 comentarios:
Me encanta ver la ciudad a través de tus ojos :)
Y mucho calor.
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