lunes, 5 de noviembre de 2012

Barcelona, presencia de siglos


Barcelona, ciudad que me gusta por sentimentalismo. Siendo muy joven la conocí con mis padres, eran otros tiempos en los que no se viajaba como hoy. Para alguien que vivía en una villa de 2.000 habitantes una ciudad como ésa era un mundo inmenso: arte, paisaje, calles, casas, todo era impresionante. ¡No presumí poco de haber conocido Barcelona!.

La segunda vez que la visité fue muy especial pues fuí sola. Llegué por la mañana en tren y callejeé hasta el agotamiento,¡ Quería verlo todo! Y después de tres museos, Catedral, Santa Mª del Mar, Mercado de la Boquería, etc.me volví al tren.

Y volví en julio. Y como tenía unos deberes puestos por mi hija hace tiempo, aprovecho para retomarlos.

Me gustan las ciudades con sabores y ésta los tiene y muy marcados.
Sabe a Arte y no precisamente uno muy común y si no intentad descifrar las columnas de la Sagrada Familia, la distribución de fuerzas, los símbolos...
o poneros a contar los trocitos de cerámicas de colores que dan forma al parque Güell...



Y si te adentras por el Gótico saborearás la tranquilidad de sus estrechas calles, de plazas escondidas y del olor del café que sale de los bares que te brindan un momento de descanso.

Contrastes y amalgama de gentes y situaciones. En la maravillosa Santa María del Mar hay boda, se ven vestidos de fiesta, coches de película y alrededor, curioseando el acontecimiento, paseantes, extranjeros y entre ellos un señor con su bolsa de la compra que pasa cabizbajo sin dejarse impresionar ni por la boda ni por los turistas..

Y cuando te acercas al mar entre las palmeras del paseo Colón, atravesando las calles de la Barceloneta, la vida te sale al encuentro, la vida del barrio de verdad. El sabor de lo popular, de barrio que trabaja, que vive a su aire y al aire tiende sus ropas. Costumbre que los pueblos del Norte van perdiendo y que se conserva en las orillas del Mediterráneo.
 
 Flores y más flores en las ventanas, árboles del otro lado del charco, como el palo borracho. Muchos árboles desconocidos y el mar, ese azul e intenso mar.
Y cuando se trata de sabores, que mejor que una fideua de mariscos en uno de los restaurantes que dan a la playa, viendo pasar el barco vikingo, los yates y los veleros. Y, estando en compañía de esas personas que quieres, el recuerdo de la ciudad quedará cosido a esos momentos entrañables en los que se comparten risas, sudores, cafés y paseo
 

2 comentarios:

MaríaT dijo...

Me encanta ver la ciudad a través de tus ojos :)

Angel dijo...

Y mucho calor.