viernes, 16 de septiembre de 2011

Por los Picos de Europa, sin pie






Así, rodeados de montañas pasamos dos días de la convalecencia del pie. Ya que no pude pisarlas, las pude ver. Y ellas, fantásticas como siempre, tuvieron el detalle de aparecer entre la niebla como si de una estrella de rock se tratara. Niebla gruesa, compacta, que más parecía una manta; se transformaba después en jirones, leves, transparentes, que de pronto se elevaban o se escapaban por las canales dejando que disfrutasemos de los bosques encaramados entre la blanca caliza, de los picos y agujas y jous.




Creo que en el fondo llevé el pie para que se animase y decidiera mejorar todo lo rápido que pudiera, pues no pienso claudicar y he decidido que volveré a calzarme de montañera y volveré a subir a alguna majada, a algún refugio y si se puede intentaré tocarle la pared al Picu.


Por ahora y con ayuda de la muleta llegué hasta los túneles del Cares, hacía muchos años que no estaba en Caín y el cambio que dió es tremendo. La primera vez fui con mi padre y hermano, hará más de 40 años, comimos en el bar del pueblu, patates con huevu y chorizu que nos supieron a gloria y luego nos metimos en el río a mojarnos los pies, ¡el agua estaba helada!. No había calles asfaltadas como ahora, eran caminos de tierra y piedras; los cainejos supongo que estarán encantados con los cambios, pero el pueblo perdió aquel halo de pueblo perdido, incomunicado y virgen, al que sólo llegaban los que se aventuraban a hacer la hermosa por los siglos de los siglos Senda del Cares.

























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